Por Francisco Esquivel.
Calma
Estoy sentado en una confitería con un apetito que pide a gritos la merienda y en el auto un mate recién preparado. Cuando más temprano mis labores me trajeron a este lado de la ciudad, todo era más calmo: el vendedor de frutas frente a la iglesia tomaba tereré y una bicicleta circulaba sin prisa en sus pedales con dirección al centro, como los vehículos prudentes en velocidad que avanzaban serenos mientras los programas de radio daban el pronóstico del tiempo y como de costumbre, yo pensaba qué almorzar antes de la siesta.
Ahora, madurada la otoñal tarde espero mi merienda, dilatado almuerzo, y todo se vuelve acelerado: el vendedor de frutas frente a la iglesia está abrigado y con el rostro cansado, varias bicicletas pasan rápidas, como rápidos los vehículos avanzan nerviosos y las miradas de desprecio en sus tripulantes pasan de uno a otro, y las radios informan el resumen noticiario del día y yo como de costumbre, cavilo en sí será mejor llegar a la cama bebiendo mi mate o volver a comer algo, dar vida a lo que se dice cena.
Mirando al caos de oriental en puntualidad en este horario de cada día, me pregunto cómo hacen para dar sostenibilidad a tanta aceleración y rabia. Los maneja a veces el cansancio y solo buscan el destino, descuidando el camino. Y me sorprendo de la calma en la que yo me encuentro inmerso, mirándolos, aquí en esta isla del tiempo, haciendo juicios sobre tu sonrisa y tu cabello largo, tu aroma y tu tierna duda. E insisto alegre, qué grata la calma dulce y extraña que vino a establecerse, cuando llegaste intempestiva y estacionaste.
En este texto, Francisco Esquivel nos invita a una reflexión íntima sobre el contraste entre la velocidad frenética de la vida urbana y esos momentos de pausa que, como islas en el tiempo, nos permiten recuperar la perspectiva. Su prosa poética transforma una simple tarde de merienda en una meditación profunda sobre el ritmo de la existencia moderna, donde la llegada inesperada de alguien especial puede convertir el caos en calma, recordándonos que a veces la felicidad reside precisamente en esos instantes donde el tiempo se detiene.