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Home ARTÍCULOLa mujer que cazaba yaguaretés con escopeta y balas bendecidas: la historia real de la cazadora más temida de Argentina según Lord Byron.

La mujer que cazaba yaguaretés con escopeta y balas bendecidas: la historia real de la cazadora más temida de Argentina según Lord Byron.

July 22, 2025• byadministrador

Por Lilian Aliente

En pleno siglo XIX, cuando las estancias argentinas eran territorios salvajes donde la civilización se difuminaba entre la Pampa infinita, llegaron noticias que helaron la sangre de los peones más valientes. Un yaguareté había comenzado a atacar con una ferocidad inusitada: vacas, caballos, ovejas, cabras… nada estaba a salvo de sus garras.

El relato que cambió todo

Desde los puestos más remotos de la estancia de Jorgelina de Hertelendy, la condesa de Failly, llegaba información cada vez más perturbadora. El capataz del establecimiento escuchó en el silencio de la madrugada un rugido que le erizó la piel, tan potente que infundía terror con solo oírlo.

Pero lo que realmente cambió la situación fue el testimonio de un indígena guaraní. Su relato parecía sacado de las pesadillas más oscuras: hablaba de un jaguar ava y la kuña paje, una bruja que durante la noche se transformaba en tigre para devorar animales y hombres solitarios. Al amanecer, según la leyenda, recuperaba su forma humana y regresaba a acechar en la espesura del monte.

La llegada de una cazadora legendaria

Ante la desesperación por acabar con la bestia, los peones mencionaron a una mujer extraordinaria: Sabina Benítez. Su reputación la precedía como una cazadora capaz de enfrentar tigres sin que le temblara el pulso, armada únicamente con una escopeta cargada de balas bendecidas y un puñal también consagrado.

Lo que más impresionaba de Sabina era su técnica: según los relatos, no sentía miedo y podía rastrear a una tigresa herida hasta encontrarla cara a cara. Su base de operaciones estaba en la Basílica de Caacupé, donde se comentaba que había dejado una profunda herida en una mejilla a una fiera, matando después a su única cría.

El encuentro con una francesa misteriosa

Al día siguiente de contactar a Sabina, llegaron a la estancia acompañada de alguien inesperado: una mujer que causó sensación inmediata.

Su descripción física era impactante: alta, robusta, rostro ovalado, largos cabellos caoba, nariz respingona, mentón partido, piel trigueña y una mirada profunda que parecía atravesar las almas. Sus ojos negros, como la noche más oscura, coronaban un rostro que transmitía determinación absoluta.

Lo más llamativo era su atuendo: sombrero de paño marrón con alas anchas, banda de cuero adornada con dientes de tigres, y una chaqueta del mismo color. Venía acompañada de varios perros de caza entrenados especialmente para este tipo de misiones.

La cacería nocturna que cambió todo

Los preparativos comenzaron inmediatamente. El equipo se equipó con elementos específicos para esta cacería sobrenatural: lazos, caramañolas, guardamonte, polainas, sombreros de cuero y machetes afilados. Todo estaba diseñado para abrir paso en la espesura de albardones, riachos y lagunas donde las bestias acechaban entre guazunchos, jabalíes y otros animales salvajes.

La conexión francesa

Durante los preparativos se reveló una historia fascinante. Juliette, la misteriosa francesa de piel muy blanca, largos cabellos gris pardo y ojos azules, había establecido una amistad profunda con Jorgelina durante la época en que esta vivió en París.

Se habían conocido en la Torre Eiffel, habían deambulado como jóvenes alegres por los mil rincones de la ciudad luz, frecuentando el famoso restaurante Julio Verne. A Juliette le apasionaban los caballos, especialmente los de raza pura, y la vida en el campo. Cuando Jorgelina regresó a Argentina, se prometieron un reencuentro que parecía estar a punto de cumplirse.

Sin embargo, el destino tenía otros planes. Una tormenta violenta y abundante lluvia provocó que la camioneta en la que viajaba Juliette se estrellara contra un enorme árbol. El chofer sobrevivió al accidente, pero Juliette desapareció sin dejar rastro.

La cacería se convierte en pesadilla

Al conocer la noticia del accidente, Jorgelina organizó inmediatamente una expedición de búsqueda y mostró a los peones una fotografía de Juliette tomada años atrás.

Cuando las expediciones comenzaron, la cazadora montó a caballo y rápidamente siguió los rastros del yaguareté. La marcha duró horas hasta que comenzó a anochecer. El monte se sumió en una oscuridad total, aunque una brillante luna llena creaba reflejos entre árboles y matorrales.

El campamento del terror

Decidieron acampar para pasar la noche. Dos hombres hicieron una fogata mientras el resto se dispuso en círculo alrededor del fuego. Los perros, agotados, se echaron a dormir cerca del campamento.

En el silencio inquietante que caracteriza las noches en el monte, comenzaron a escucharse sonidos que helaron la sangre: gritos que parecían lamentos humanos entre los árboles, como si fueran voces de personas según los lugareños, presagio de muerte inminente.

El rugido que paralizó a todos

De repente, todo quedó en silencio. En medio de la quietud absoluta de esa noche paralizada, se escuchó casi al borde del campamento el rugido estremecedor de la bestia.

Todos quedaron inmóviles. La cazadora, con mucha experiencia, entrecerró los ojos y agudizó el oído para detectar el mínimo movimiento en aquel mar de silencio.

El enfrentamiento final

Los perros aterrorizados temblaban de miedo, sin emitir el menor gruñido. Algunos comentaron después que hasta se orinaron encima.

Sabina entró en acción. Súbitamente, abrió desmesuradamente los ojos y la boca, levantó lentamente la escopeta que llevaba y disparó, recargó velozmente y volvió a disparar. Se escuchó el sonido del impacto en la espesura y el rugido del animal herido.

Cuando el alivio emocional parecía regresar, hombres y perros quedaron nuevamente petrificados por el aullido agudo y penetrante de una loba que atacaba ferozmente a la tigresa. Sin perder la calma, Sabina disparó varias rondas con su escopeta hacia el lugar donde se desarrollaba el combate.

El rastro de sangre

Las bestias habían sido heridas en lugares vitales y se podía detectar la dirección aproximada siguiendo los ladridos de los perros que las perseguían. La pista los llevó hacia los márgenes del río, donde los canes regresaron jadeantes y mojados.

Esperaron hasta el amanecer. El grupo se dividió en dos: unos siguieron los rastros de sangre que había dejado la tigresa, otros siguieron los de la loba hacia las arenas del río.

El descubrimiento que lo cambió todo

Las lluvias recientes dificultaban el avance, pero finalmente llegaron a la playa, donde observaron algo que los dejó sin palabras: los restos de una mujer flotando en las aguas del río.

La arrastraron a la orilla y para sorpresa y desconcierto de los peones, su rostro coincidía exactamente con el que aparecía en la fotografía que la condesa les había mostrado antes de partir. Sin decir nada, se persignaron y se sentaron a esperar.

La revelación final

La mujer tenía dos heridas de bala: una en el cuello y otra en la cadera. La cazadora, junto a los hombres restantes y los perros, llegaron hasta una guarida de ramas entrelazadas con olores nauseabundos.

Por todas partes encontraron cráneos y huesos de animales. Sabina hizo la señal de la cruz en la frente y entró al cubil, decidida y sin miedo. Lo que encontró no le causó sorpresa: una mujer moribunda, de piel morena, con ojos amarillo verdoso, que se estaba desangrando por las heridas de bala recibidas en el cuello y las piernas.

Murió con la boca abierta, con los colmillos afilados a la vista. La cazadora, en un acto de furia y sin piedad, extrajo un puñal y le cortó la cabeza. Después de observarla durante un largo momento, la enterró en un lugar apartado.

El día de la venganza había llegado

Los dos cuerpos fueron llevados a la estancia en un caballo. La condesa Jorgelina reconoció inmediatamente a su amiga Juliette, se abrazó largamente a su cuerpo y lloró desconsolada. Luego ordenó a los peones que la enterraran cerca de un árbol de flores rojas con una cruz como señal.

Otros trabajadores juntaron leña, prendieron fuego e incineraron el cuerpo decapitado de la kuña jaguareté hasta que solo quedó cenizas.

El epílogo que nadie esperaba

La abuela le contó esta historia a la nieta en un día de fuerte lluvia entre rayos y truenos. En medio de la mesa de madera había una gruesa vela blanca que iluminaba el espacio y creaba una atmósfera de suspense.

Miriam tomó coraje y le preguntó si era verdad la historia de la mujer loba y la kuña jaguareté. La abuela se levantó pesadamente y de un viejo baúl extrajo una antigua escopeta, unos cartuchos de color anaranjado y un sombrero de paño marrón con alas anchas, banda de cuero adornada con dientes de tigres.

—Sí. Es verdad —dijo la abuela—. Yo era la cazadora.


Autor: Felipe Armando González
Lugar: Clorinda, Formosa
Seudónimo: Lord Byron

¿Qué opinas sobre esta inquietante historia? ¿Crees en las leyendas sobrenaturales de las pampas argentinas? Comparte tu experiencia en los comentarios.

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